lunes, septiembre 25, 2006

Crítica: Víctor, Victoria

El espectáculo comienza antes de que se levante el telón. No hay platea. Frente al escenario, mesas y sillas dispuestas como en un cabaret parisino de la década de 1930. Sobre cada una de las mesas, un velador ofrece luz tenue que jugará a lo largo del espectáculo acompañando la trama de la obra.

La mezcla de idiomas y acentos en la sala da la pauta del boom turístico que vive Buenos Aires, y eso contribuye más aún a generar una sensación cosmopolita, de "gran mundo". Uno siente que está en el sitio del "gran" show.

Para preparar el espíritu, es posible ordenar algún trago y esperar el inicio disfrutando de la estética que diseñó para la sala Alberto Negrín (comentario útil para el espectador: los tickets para los tragos se pueden adquirir a mitad de precio en la boletería del teatro antes de ingresar).

Queda claro con este contexto que el espectador ya está convencido de que va a asistir a algo que lo va a seducir. Resta dejar correr las actuaciones para verificar si la sensación previa tiene justificación en el desarrollo de las actuaciones.


La historia


Victor, Victoria (1982) nació como una exitosa película de Hollywood dirigida por Blake Edwards y protagonizada por una Julie Andrews en el apogeo de su carrera. Narra las desventuras de una soprano que al no conseguir trabajo para cantar en París encuentra la posibilidad de personificar a un hombre, el conde Víctor Grezhinski, que pasará a ganarse la vida como transformista, esto es, cantando como la mujer que realmente es.

Victoria cuenta con la ayuda de un cantante gay venido a menos ("Teddy" Carroll, protagonizado en el film por Robert Preston) y, sin proponérselo, enamora a un gángster norteamericano: King Marchand (James Garner).

La trama girará entonces en torno a las dificultades de Victoria para convencer a King (y a otros personajes) de que efectivamente es un hombre, aunque su deseo es poder mostrarse como la mujer de la cual King se ha enamorado.

En 1995, Edwards montó la versión para Broadway, en un intento de volver a poner en los primeros planos a una Julie Andrews que ya no estaba en su mejor momento. La versión teatral resultó menos dinámica, hecho que fue muy bien salvado en la revisión del texto para presentarla ahora en Buenos Aires.


Las actuaciones

Todo lo que el espectador está esperando desde la previa se materializa cuando el show comienza. Las actuaciones de Valeria Lynch (Víctor/Victoria) y Raúl Lavié (
Teddy Carroll) están a la altura de lo que su trayectoria permite imaginar. No deben realizar demasiados pasos de baile y sus voces tienen toda la calidad necesaria para componer excelentes actuaciones.

En el caso particular de Lavié, delinea un gay de una sutileza maravillosa completamente alejado de todos los personajes que debió interpretar en tantas décadas de actuación.

Christian Giménez, reemplazo en el papel de King Marchand, cumple un buen papel, pero uno no puede sustraerse de imaginar en ese rol a Fabián Gianola, particularmente en el monólogo principal del personaje.

Quien se lleva todos los aplausos de los protagonistas es Karina K. En una actuación consagratoria maneja los hilos de la comedia con una enorme habilidad y una calidad técnica de nivel superlativo.

El resto del elenco no desentona para nada y el cuerpo de baile está a la altura del conjunto.


La puesta

Como señalábamos más arriba, la adaptación de la versión de Broadway gana en mucho respecto del original. El tiempo corre aceleradamente y se llega al final con ganas de ver y escuchar más.

Los desplazamientos sobre el escenario son precisos, el vestuario lujoso y la mano del director Gustavo Zajac (que además es el coreógrafo) le supo dar vuelo a los cuadros bailados y su experiencia en Broadway se nota especialmente en el sublime momento en que Karina K canta "por los aires".

En definitiva, una obra altamente recomendable, de inicio a fin.

viernes, septiembre 22, 2006

El Teatro Musical en la Argentina (I): una breve introducción

El momento de cantar es cuando tu nivel emocional es tan alto que ya no podés hablar más, y el instante de bailar es cuando tus emociones son demasiado fuertes como para cantar solamente sobre lo que estás sintiendo.
Bob Fosse

El musical en Argentina tiene una muy larga tradición. Desde las obras de origen nacional de las décadas del treinta al cincuenta, a las puestas de musicales extranjeros que comenzaron a multiplicarse a partir de la década del sesenta.

Paradójicamente, a pesar de ser un género con tanta historia, recién hace muy poco se publicó material específico sobre la cuestión (Historia de la Comedia Musical en la Argentina, de Pablo Gorlero) que realiza un pormenorizado recorrido histórico pero no profundiza en materias conceptuales que deberían ser objeto de debate y análisis.

En la actualidad, la oferta de teatro musical en la Ciudad de Buenos Aires ha crecido geométricamente. Sin embargo, es reducido el número de obras de temática nacional que están en cartel y las grandes producciones se orientan a traer al país creaciones que han triunfado en Broadway.

Una excepción a ello son las obras de Pepe Cibrián-Campoy (junto a Ángel Mahler), pero aun así sus composiciones abrevan en temas no vinculados a la realidad argentina y cuyo estilo parte de la misma estructura clásica del musical internacional. Otro tanto podría decirse de Juan Rodó, que este año presentó su Jack el Destripador, en una línea similar.

En la primera mitad del siglo XX, los musicales argentinos tenían su base en el tango y el folklore, y reflejaban historias netamente autóctonas. Autores como Francisco Canaro, Mariano Mores o Ivo Pelay triunfaban y llenaban salas desde ese lugar.

No caben dudas de que el gran productor de musicales de las últimas décadas ha sido Alejandro Romay. Desde el puntapié inicial que dio con Mi bella dama, en 1961, hasta la actualidad de Víctor, Victoria (ya con el concurso de su hijo Diego), ha llevado arriba del escenario grandes clásicos de Broadway como Hair, Aplausos, Pipín, Chicago, El Hombre de la Mancha, o el fallido Jesucristo Superstar.

Ha sido él quien ha generado espectáculos de temáticas y sustento musical nacional en los últimos años, hablando siempre en el orden de las mega producciones (porque han habido propuestas, y algunas muy válidas, en el off-Corrientes, como Yupanqui, Tierra y Pasión, que se presentó en el Teatro de la Comedia). La referencia específica es a Nativo y Tanguera.

La primera de las obras, presenta el choque de civilizaciones que significó la guerra a los pueblos originarios, con la valentía de presentar la situación con características de genocidio, y partiendo desde ritmos propios como el Gato, la Chacarera, la Zamba o el Escondido.

Hay que señalar que la puesta en escena y dirección coreográfica estuvo a cargo de Gustavo Zajac (director ahora de la exitosa Víctor, Victoria), quien mostró que es posible trabajar con autores como Eladia Blázquez y "Colacho" Brizuela tanto como ser coreógrafo en Broadway de Chita Rivera y Antonio Banderas (Nine, 2003) o Alfred Molina (El violinista sobre el Tejado, 2004).

Tanguera, por su parte, coreografiada por Mora Godoy, es un tradicional relato con francesita incluida, cuadros de cabaret porteño, guapos orilleros y todos los ingredientes presentes en el género más representativo de Buenos Aires.

Más allá de estos ejemplos, no hay una corriente que se enlace con aquellos musicales fundacionales del siglo pasado.

Hasta aquí, sólo una descripción de la realidad. Hacia adelante, avanzaremos en intentar bucear en las causas que la han generado, no con la intención de polemizar ni criticar lo existente, sino para tratar de pensar porqué la diversidad cultural no está presente en un género que es capaz de reunir en el show bizz expresiones artísticas como el teatro, la danza y el canto.